martes, 22 de septiembre de 2009

Balance comercial: el resultado de otro fracaso

Por Roberto Cachanosky.


En su desesperada búsqueda por encontrar un indicador económico que muestre algo positivo, la semana pasada Cristina Kirchner habló del superávit de comercio exterior récord, resaltando que ese superávit es positivo para la Argentina porque, argumentando al mejor estilo setentista, nos daba independencia política del exterior. Lo que no aclaró Cristina Kirchner es que en los primeros ocho meses de este año las exportaciones cayeron 24% con relación al mismo período del año anterior y que las importaciones bajaron el 39%. Puesto en otras palabras, el superávit de balance comercial de U$S 12.322 millones no es fruto de una política económica que ha disparado las exportaciones por eficiencia, por el contrario, estas cayeron en todos los meses del período enero-agosto del 2009, sino que es el resultado de una monumental baja en las importaciones. Hasta agosto se llevan importados unos U$S 15.000 millones menos que el año pasado, en tanto que las exportaciones se redujeron, por ahora, en U$S 11.348 millones.

Las bajas más importantes en las exportaciones están en poroto de soja, trigo, aceite de soja, naftas, aceite de girasol y fuel oil entre otros productos. Las exportaciones de productos primarios cayeron el 45% en los primeros ocho meses de este año. Esas que, justamente, le aportan caja al Estado vía los derechos de exportación.

La caída de las importaciones tiene, a mi juicio, dos grandes componentes: la fuerte recesión interna que genera una menor demanda de productos externos, ya sean insumos para producir, bienes de consumo y, obviamente, bienes de capital; y las trabas que está poniendo el Gobierno para permitir el ingreso de productos importados.

¿Por qué causa el Gobierno restringe las exportaciones? La razón es bastante obvia. Ante la fuga de capitales, el tipo de cambio debería haberse disparado. Si consideramos que los U$S 43.000 millones que se fugaron desde el tercer trimestre de 2007 son equivalentes al total de depósitos del sector privado en el sistema financiero, podemos tener una idea de la magnitud de la fuga. ¿Por qué no se disparó el tipo de cambio como en otras oportunidades? Porque el saldo de balance comercial positivo financió la fuga de capitales. Veámoslo de esta manera. Por ejemplo, en el primer semestre de este año, el saldo de balance comercial fue positivo en U$S 9.861 millones, mientras que la fuga de capitales estuvo en el orden de los U$S 11.200 millones, por lo tanto, de esa cifra de dólares demandada por la gente por desconfianza en el Gobierno y en la política económica, U$S 9.861 millones los aportó el saldo de balance comercial, fundado en una feroz caída de las importaciones por recesión y por restricciones arbitrarias de la burocracia. La contrapartida es peor nivel de vida para la población.

Mostrar esta situación como un éxito es como si un banquero, en el medio de una corrida financiera, dijera que a él no lo afectó porque no tenía depósitos en los bancos. En este ejemplo, la suerte del banquero ante la corrida financiera fue su incapacidad para captar clientes que confiaran en él al momento de depositar sus ahorros. Nuestro banquero no zafó por virtud, sino por incapaz. En el caso del Gobierno, evita una estampida cambiaria matando la actividad económica. Para el modelo que aplica Kirchner, la recesión y las trabas a las importaciones, complicando lo poco que queda de producción, es una bendición, algo que entra perfectamente en la lógica del kirchnerismo, que siempre busca tácticas de corto plazo para zafar de las situaciones críticas aunque ello implique cavar un pozo para hundirnos más cuando ya estamos en el piso.

La constante de Kirchner en materia de política económica es enredarse cada vez más. Cuando emitió para tener un dólar caro y la inflación lo devoraba, optó por dibujar el IPC, controlar los precios por mecanismos de dudosa legalidad y prohibiendo exportaciones, generando desabastecimiento y destrucción de sectores productivos. Cuando advirtió que las tarifas de los servicios públicos congeladas llevaban al colapso del transporte y de la energía, se lanzó a repartir subsidios a diestra y siniestra disparando el gasto público y ahora, que la recaudación se les cae, no saben cómo hacer para ajustar las tarifas. Obsérvese el lío que hicieron. Quisieron confiscar la renta del sector agropecuario para financiar un gasto público infinanciable. Cuando no pudieron imponer la 125, eligieron destruir al sector agropecuario. La destrucción del sector agropecuario llevó, entre otros, a una caída fenomenal de los derechos de exportación que le daban la caja. Así que ahora se quedaron con el campo colapsado, la caja que agoniza, el gasto público en niveles récord y sin saber como resolver el problema de las tarifas por miedo a una rebelión de la gente, como ya ocurrió con el intento del tarifazo e impuestazo sobre el consumo de gas. Es la sustitución de políticas públicas de largo plazo por tácticas incoherentes de corto lo que genera cada vez más enredos en la economía. Se hacen las cosas sin pensar o interesarse en los efectos de largo plazo.

El mercantilismo fue una corriente de pensamiento económico que prevaleció entre los siglos XVI y mediados del siglo XVIII. El mercantilismo creía que la riqueza de las naciones estaba dada por la cantidad de oro que tenían en sus arcas las coronas. Ellos veían, en lo que hoy podemos llamar reservas, la riqueza de las naciones. Este pensamiento tan precario fue destruido por las nuevas corrientes económicas de mitad del siglo XVIII que demostraban que la riqueza de las naciones estaba dada por cantidad de bienes y servicios a los que podía acceder la población con su salario. Tener muchas reservas en el Banco Central mientras crece la pobreza y la indigencia no es, justamente, lo que puede definirse como progreso. Creer que la riqueza está dada por la cantidad de oro o reservas que uno puede acumular, sin interesar la cantidad de bienes y servicios que uno puede comprar, es el típico desvío de razonamiento de, por ejemplo, los usureros que se desesperan por ver cómo le sacan un peso más al deudor exprimiéndolo al máximo, mientras disfrutan viendo como acumulan billetes y los acarician cual avaro.

Pero, volviendo al tema del saldo de balance comercial, uno podría decir que ese saldo positivo creciente es el resultado de un fracaso y no de un éxito. Pero claro, ya es costumbre en el matrimonio torturar la interpretación de las estadísticas hasta que confiesen lo que ellos quieren mostrar como un éxito. Porque lo importante no es que la gente esté bien, sino que los números que se informan desde el Gobierno den bien. Sean ciertos, inventados o tergiversados.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Conflicto con el campo: todo es un problema de caja


Por Roberto Cachanosky

La evolución del Gasto Público Consolidado (Nación, provincias y municipios) se multiplicó por cinco entre 2002 y 2008. Dicho en otras palabras, en el período mencionado, los tres niveles de gobierno gastaron casi 363.000 millones de pesos más.

Si se relaciona el Gasto Consolidado con el Producto Interno Bruto (PIB), en el 2002 representaba el 29,3% y en 2008 casi el 44%. Y si se lo mide en dólares, en el 2008 llegó a los 144.000 millones, un 63% más que el promedio de gasto público durante la convertibilidad. En este caso no considero el 2002 por una cuestión de piedad, sino tendríamos que hablar de un aumento de 5 veces en dólares. De todas maneras, por dónde se mire el gasto, se ha disparado a niveles infinanciables, y si lo corregimos por calidad de gasto público, el aumento tiende a infinito salvo que se piense que en todos estos años mejoró la educación, la salud, la seguridad, las Fuerzas Armadas, etc. y, por lo tanto, semejante aumento del gasto tiene como contrapartida hospitales y escuelas a nivel Suecia. Pero esto no es así dado que la misma Cristina Fernández acaba de descubrir en Tartagal que en Argentina hay pobreza, lo cual hizo que me sorprendiera que la presidenta se sorprendiera de que hay pobreza en Argentina.

Es claro, entonces, que el argumento de la Presidenta de que los que más tienen deben aportar más por una cuestión de solidaridad, no resulta convincente. Y no resulta convincente porque el gigantesco incremento del gasto público de los últimos 6 años, que tuvo como contrapartida un fenomenal esfuerzo fiscal por parte de la población, no se tradujo en mejor calidad del gasto y menos pobreza. Todo parece indicar que aquí hay un problema de caja para la política de cara a las elecciones de este año.

Para financiar el gasto se puede recurrir a diferentes mecanismos: a) impuestos, b) endeudamiento, c) emisión monetaria y d) confiscando stocks de riqueza. Veamos los problemas de cada uno de estos puntos.

El punto d) consistió, por ahora y solo por ahora, en apropiarse de los ahorros de la gente en las AFJP, confiscación que, en rigor, sirvió para poco por la composición de los activos confiscados. Es poco lo que puede usar el Estado de esos fondos para financiar el gasto.

En materia de emisión monetaria, la fuerte expansión del BCRA le permitió al Estado cobrar un impuesto inflacionario del orden del 30% anual. Claro que, como cualquier impuesto, tiene un límite de tolerancia por parte de la sociedad, y eso fue lo que pasó en el 2008, cuando los precios se dispararon. ¿Qué fue lo que salvó transitoriamente al gobierno de un desborde inflacionario mayor? Curiosamente la fuga de capitales. El Central tuvo que salir a vender dólares y retirar pesos de circulación para evitar que el tipo de cambio se disparara. En el nuevo paradigma de política económica que descubrió el kirchnerismo la fuga de capitales permitió mejorar la situación inflacionaria. ¡Todo un hallazgo en la ciencia económica!

En materia de endeudamiento, ya ni Chávez está en condiciones de seguir prestándonos a tasas de default. Así que esa puerta está cerrada.

¿Qué es lo que queda? Ajustar el gasto o ajustar al sector privado. Los números fiscales de enero de este año son muy elocuentes. El superávit fiscal, luego del pago de los intereses de la deuda, sólo fue de $ 1046 millones y eso "gracias" a que el Estado se apropió de los fondos que antes la gente ahorraba en las AFJP. Caso contrario hubiese habido un déficit fiscal del orden de los $ 600 millones.

Como en tantas otras oportunidades de nuestras crisis económicas, el Gobierno está frente a un gran dilema. O baja el gasto público para poder reducir la carga tributaria y así devolverle capacidad de demanda al sector privado o intenta apropiarse de más flujos y, en caso de ser necesario, nuevos stocks.

¿Quién es el que el Gobierno cree que puede aportar más flujos a ese barril sin fondo que es el gasto público argentino? El sector agropecuario. Digamos que más que un pedido de solidaridad al sector, lo que se le está pidiendo es que aporte a la campaña del oficialismo en las cruciales elecciones del 2009 porque de no ser así habría que perder el apoyo de intendentes del conurbano bonaerense o generar un proceso inflacionario en el medio de la recesión con el BCRA emitiendo moneda para financiar al gobierno, dado que para los Kirchner bajar el gasto sería algo parecido a una herejía incompatible con su modelo de construcción de poder.

En síntesis, en esta interminable novela del Gobierno contra el campo, el centro del problema se llama "la caja".